El talento versus el carácter y una final fantástica
Por Marcelo Martín
El mítico Estadio Olímpico de Múnich fue el escenario de la última cita «romántica» del fútbol en una Copa del Mundo. Se cumplen cuarenta y nueve años de un acontecimiento inolvidable con protagonistas de una época, que ya forman parte de los libros de historia.
Antes del inicio de la final entre la República Federal de Alemania y Holanda, las chicas canadienses promocionaron, coreografía de por medio, los próximos Juegos Olímpicos de Montreal ’76. A continuación, el presidente de la FIFA, el ex árbitro inglés, Sir Stanley Rous, va dejando atrás el cargo con sus palabras, a medida que pasan los minutos.
“Vengo a vender un producto llamado fútbol”, espetó días después el brasileño Joao Havelange al asumir su nueva responsabilidad. Y vaya que lo vendió. La sponsorización al poder ya había asomado en este mundial con empresas como Cynar, Kodak, Coca Cola, Martini, Philips, Alka Seltzer, Heineken, Citizen y Smirnoff, entre las más conocidas, mientras que Adidas se aseguraba definitivamente como proveedor de la pelota oficial, la Telstar Durlast.
Aquel 7 de julio de 1974, las dos selecciones con Franz Beckenbauer y Johan Cruyff al frente, asomaron entre algunos funcionarios de ambos países, que nada tenían que hacer en el campo de juego. Mientras, en la platea, los fotógrafos gatillaban hacia los rostros de Pelé, el Príncipe Rainiero y la Princesa Grace de Mónaco, el canciller alemán, Willy Brandt, el secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, entre otros, y a la muchedumbre que se contaba en más de ochenta mil.
Al minuto y luego de 41 toques entre ocho jugadores, Uli Hoeness le cometió penal al 14 naranja, que había arrancado como último desde la mitad de la cancha, seguido por el perro Berti Vogts. Johan Neeskens quemó a Sepp Maier con un disparo al centro y casi al ras. El arquero fue el primer alemán, desde el inicio del partido, en tocar el balón una vez devuelto por la red.
Tras una jugada magistral, quizás la mejor, hasta gol de Diego doce años después, los tulipanes subestimaron al local y no definieron el pleito. “Los alemanes sólo están realmente vencidos cuando están en la ducha”, recuerda Markus Braukmann, periodista alemán. Los teutones se vinieron encima de Jan Jongbloed, hasta que Jansen tocó a Bernd Holzenbein y el inglés John Taylor compró algo que no fue, pero era el local.
La personalidad del maoísta Paul Breitner determinó la igualdad sobre el palo derecho. A partir de allí, los coterráneos de Vincent van Gogh no fueron lo mismo, sintieron la estocada. Antes de finalizar la primera etapa, Rainer Bonhof se filtró por la banda derecha, centró para Gerd Müller, pero la pelota le quedó atrás, volvió en un paso y la cruzó al mismo palo del penal.
La segunda etapa fue un monólogo de los holandeses, que bombardearon el arco de Maier y lo convirtieron en una de las figuras. Los disparos de los delanteros y de algún que otro volante, encontraron una muralla bajo los tres palos. Los teutones con carácter y juego fueron justos campeones.
Del subcampeón no se acuerda nadie, dijo en su momento Carlos Bilardo, pero Holanda le demostró al mundo que se puede quedar en la historia sin levantar una copa. Es que la “Naranja Mecánica” de Rinus Michels provocó un antes y un después en este juego, apareció el fútbol moderno como también su primer jugador, Johan Cruyff.
Holanda fue más que un equipo de fútbol, viajaron las esposas y las novias. Era totalmente innovador para ese momento de la sociedad. Lo repitieron con las prostitutas en las vidrieras de Ámsterdam, aunque eso ya quedó demodé, fueron los primeros en aprobar la eutanasia y hasta el uso de la marihuana, pero en una sociedad educada, avanzada y siempre vanguardista.
Los pelos al viento, once pares de piernas con buen pie y un estado físico envidiable, quedaron para siempre en la memoria de todos, incluso de los que no comprenden nada del juego.
Una imagen de Michels de regreso en el avión lo muestra pensativo. ¿Estaría evaluando en que se equivocaron? Quizás en nada, porque el destino les tenía guardado un lugar de privilegio en la historia del fútbol mundial.
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